Violeta
Aunque tenía los ojos marrones, se llamaba Violeta. Era una niña «filúa», siempre con calzón corto y sandalias. Tenía la cara salpicada de pecas y la nariz chata como una pala. Le encantaba jugar con su pañuelo, también violeta. No recordaba cómo le había llegado, pero sí era consciente de estar viendo el trapo siempre. El pañuelo tenía algunas pintas grisáceas y blancas que golpeaban sus esquinas.
Lo lanzaba al aire y seguía su balanceo con la vista. Se mecía en la brisa hasta llegar de nuevo a sus manos. También se lo enredaba entre sus dedos y tiraba de él por un extremo, con suavidad, para que le acariciase la mano. A veces, jugando a disfrazarse, se lo amarraba a la cabeza y se convertía en una trabajadora del campo, aunque de lejos parecía una chiquilla de los años 70. Solía, de vez en cuando, sujetarlo por una punta y, girando la muñeca de un lado a otro, dibujaba en el aire llamas de fuego, remolinos, vendavales, espíritus y humos.
Un día le dijo al pañuelo:
—Estaré siempre contigo.
Y para preservar ese día en su memoria, le hizo un nudo en una esquina. Así, de esa manera, no habría racha que alejara lo de Violeta y su recuerdo.
Lo seguía lanzando al aire, pero no se balanceaba igual. Aunque seguía llegando a sus manos, lo hacía de manera más brusca y tosca. También se lo enredaba entre sus dedos, pero no se deslizaba igual y los dibujos en el aire dejaron de ser nítidos.
Un día le dijo al pañuelo:
—Estaré siempre contigo.
Y para preservar ese día en su memoria, le hizo otro nudo en otra esquina. Así, de esa manera, no habría racha ni alisios que alejaran lo de Violeta y su recuerdo.
Con dos nudos, el pañuelo no se mecía en el aire, ni servía para acariciar, ni podía amarrárselo en la cabeza o en el cuello... y tampoco le servía para dibujar.
Estaba siempre con el pañuelo, pero él ya no estaba con Violeta. Al tiempo, los recuerdos se fueron desvaneciendo. Sólo cuando le quitó los nudos y volvió a surcar el viento y a dibujar movimientos en el aire, regresaron los recuerdos con más fuerza que nunca.
Los nudos, nunca son buenos para nadie, ¿verdad, Violeta?